
Gracias a esa presencia misteriosa, callada, penetrante, aprendí a ver los continuos contrastes de la naturaleza: poseía una ternura tan grande que jamás nadie pensó en hacerle daño, pero al mismo tiempo era fríamente cruel con aquellos quienes cayeron en sus fauces. Ahora recuerdo ese día en que Linita intentó vanamente quitarle un pajarito, Sam tuvo la actitud de un candado, simplemente adoptó una posición serena, como si se hubiera desmayado, con la confianza eterna en que los músculos de sus mandíbulas no permitirían el escape. Después de aquel intento fallido mamá entendió que era un cazador innato, presente para mantener el equilibrio como hace millones de años.
Hoy no tengo gato, tengo varias razones para no tenerlo, por ahora solo resaltaré que ninguno es mi gato, el único, único gato.
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